domingo, 22 de febrero de 2015

Trinity Blood

Existen ocasiones donde el seinen no siempre ofrece un espectáculo fascinante y desintoxicado de los excesos y clichés del shonen. Por una parte, hay que entender que en Japón se entiende la animación de una forma distinta a la occidental, y las tramas que por lo regular se ofrecen reflejan mucho de los gustos y valores de la cultura en el que se desarrollan. No obstante, hasta donde mi experiencia en la animación japonesa me lo ha permitido, he descubierto que muchas series niponas hacen hincapié en un estilo efectista: lo que importa no siempre es la coherencia de la historia, sino impactar al espectador con ideas muchas veces no consecuentes con lo que se ha planteado.



   Para la serie que ahora nos ocupa, observo un poderoso interés en contar una historia distinta, aunque a la mera hora la trama transpira ciertos clichés que la mantienen a la par de muchas de las series que los amantes del ánime vemos a diario..

   Trinity Blood es una serie que a primera vista nos ofrece una historia fresca e intrépida en la que se replantea hasta cierto punto el tema de los vampiros. Cientos de años después del Armagedón, el mundo occidental se ha reestructurado concentrando los poderes en un Vaticano todo poderoso que se enfrenta a un imperio (pienso que es el nuevo imperio británico) en toda suerte de problemas diplomáticos. Para resolver dichos problemas, uno de los agentes de una facción de la curia romana, el padre Abel Nightroad, es el encargado de resolver toda serie de complicaciones que puedan mermar la paz y la tranquilidad de su país.

   Pero al mismo tiempo, luego del apocalipsis, un nuevo grupo de humanos ha aparecido y posee una serie de poderes que los ha hecho entrar en conflicto con los humanos ordinarios: los matusalenes. Conformando el Imperio de la nueva raza, se trata de vampiros que buscan sobrevivir y establecer su propia nación frente a los intereses católicos.

   Luego de mostrar este panorama, la historia nos habla de Rosenkreuz, un grupo vampírico secreto que busca que los vampiros dominen el mundo y quien teje sus redes de conspiración para que los dos imperios entren en un fuerte conflicto.

   La historia es interesante y, como ya se ha mencionado, busca resolver muchos de los problemas mediante el diálogo o la estrategia política. Pese a ello, hay momentos en los que no hay otra forma de solucionar los conflictos más que empleando la fuerza. Y en este sentido, el padre Abel es pieza clave para la desarticulación de la orden secreta.

   Ya que hablamos del personaje principal, es necesario comentar que el padre Abel genera una gran empatía. Se trata de un sacerdote torpe e ingenuo pero que tiene un gran sentido del deber. Su papel como pieza clave y sus poderes ocultos se convertirán en un factor a considerar a la hora de lidiar con los villanos de turno.

   Como ya se ha dicho, la resolución de los problemas no sólo involucra la fuerza. Pese que al final vemos al padre Abel lidiar con el líder de la orden conspiradora, el espectador apenas y puede vislumbrar un poco del combate. Lo que interesa en la historia es el restablecimiento de relaciones entre los dos imperios y la estrategia diplomática como principal recurso.

   Pero pese a que la serie parece ser diferente, las batallas con los poderes se encuentran a la orden del día. Como un videojuego en el que que enfrentamos una situación y aparece un ser más poderoso que en el nivel anterior, la serie plantea al inicio vampiros un tanto débiles que son eliminados por Abel sin ningún problema. Sin embargo, conforme se van mostrando los siguientes villanos, el padre siempre tiene que elevar sus poderes y estar preparado para elevarlos a cada rato debido a que cada vez aparece un villano más poderoso que el anterior.


   En resumen, una serie refrescante aunque irregular que trata de alejarse un tanto de los estándares de las series japonesas, pero que al final termina optando por retomar algunos elementos que al principio los creadores habían rechazado.


sábado, 14 de febrero de 2015

Sword Art Online

Llevaba rato sin disfrutar una de una serie enmarcada dentro del shonen. Si bien sus historias han utilizado una y otra vez las mismas tramas sólo que adornadas de diversas formas, he de confesar que Sword Art Online ha logrado conmoverme tanto por su trama como por sus personajes.



   La historia, encuadrada en la ciencia ficción, nos relata una historia centrada en un futuro cercano en el que los juegos de rol han alcanzado el mayor realismo posible. Dicho realismo se consigue gracias al uso de cascos especiales, los Nerve Gear, los cuales permiten que el jugador quede totalmente inmerso en el juego y pueda experimentar sensaciones dentro del mismo.

   Kazuto Kirigaya, conocido como Kirito en este tipo de juegos, es un jugador experimentado que ha pasado su vida inmerso en las realidades virtuales que estos juegos ofrecen. Cuando Sword Art Online sale al mercado, no lo duda y participa en la última novedad en videojuegos de rol. Sin embargo, él y otros miles jugadores se llevarán una sorpresa estremecedora: los jugadores no pueden cerrar sesión y resulta que están atrapados en el juego. Akihiko Kayaba, el creador de dicho videojuego, informa a todos que únicamente podrán salir si consiguen superar los cien niveles y derrotar a los cien jefes de cada nivel. Y lo más aterrador: si los usuarios mueren en el juego, también morirán en la realidad (ya Matrix nos la había planteado de esa manera, pero creo que esta serie que ahora abordamos justifica mejor la idea de la muerte real simultánea a la muerte virtual). A partir de aquí, se armarán diversos equipos para tratar de superar los niveles.

   Kirito se convertirá en el jugador más hábil del videojuego. Luego de perder a su equipo, llevará una vida en solitario peleando contra toda clase de criaturas virtuales y haciendo el bien sin mirar a quien. Entre cada aventura, Kirito ayudará a alguna chica linda del juego, lo  que provocará que cada una de ellas se enamore irremediablemente de él. No obstante, el reencuentro con Asuna, otra de las mejores guerreras del juego, nos transportará hacia una bonita historia de amor.

   Como he mencionado, la serie nos recuerda poderosamente a todas aquellas historias del Harem en las que el protagonista es tan irresistible que terminará conquistando a todas las chicas. Pero a estas alturas, esta idea empieza a cansar un poco: sería más creíble suponer que el personaje no siempre será recto o que no siempre todas quedarán perdidamente enamoradas de él.

   El final del primer videojuego resalta una vez más muchas de las ideas que la animación japonesa ha utilizado una y otra vez. El Deux ex machina está a la orden del día: justo cuando todo está perdido para los personajes, algo sacado de la manga y que incluso desafía las mismas reglas de la trama aparece en escena para que los buenos triunfen siempre. Y es que Kirito, el personaje más poderoso, es el individuo capaz de desafiar las leyes del sistema y es el único que le puede poner fin a todo amparado un tanto en esto.

   Hubiera preferido una serie en los que el videojuego Sword Art Online hubiese abarcado los 25 episodios. El cambio brusco de videojuego en donde Asuna adquiere un papel pasivo es un tanto desconcertante. Me atrevo a ofrecer una primera provocación: mientras que las aventuras en el primer juego conectan inmediatamente con el espectador, la historia del segundo juego creo que es fallida y no se explota correctamente. En lo personal, me hubiera gustado saber mucho más sobre las razas que habitan el mundo de las hadas, los conflictos entre más personajes y las posibles escenografías que pudieron haber sido mostradas.

   Pero pese a los problemas, la serie nos ofrece dos historias en los que de pronto encontramos dos melodramas muy bien ejecutados. El primero de ellos nos relata la luna de miel de Kirito y Asuna y el encuentro con Yui, una pequeña niña que parece haber perdido la memoria. Poco a poco, la niña tomará a los dos protagonistas principales como sus papás, y al final la despedida será más que dolorosa. Mientras tanto, la segunda historia incluye un triángulo amoroso en el que Sugu, la prima de Kirito, se enamora perdidamente de él. Lo curioso de este melodrama es que el espectador realmente no se esperaba una reacción tan fuerte de Sugu cuando ella se da cuenta que está ayudando en el mundo de las hadas a su mismísimo primo.

   Un aspecto sumamente sobresaliente de la serie es que al final los personajes descubren que han estado demasiado tiempo dentro de los juegos de rol. Y pese a las vivencias que puedan tener en el mundo real, sus vidas están más apegadas a lo virtual, por lo que hasta cierto punto sus vidas continuarán desarrollándose en estas realidades.

   En resumen, una serie con una premisa poderosa en la que se ve que el desarrollo de la trama generó algunos problemas en cuanto a cuál sería la siguiente situación en la que se situaría a los personajes. No obstante, es tan efectiva en su ejecución y en sus batallas que cumple por completo su cometido al grado de volverse adictiva.





martes, 3 de febrero de 2015

Tokyo Ghoul. Primera temporada

He decidido ponerme al día y chutarme algunas series de reciente manufactura. Si bien seguiré disfrutando de algunos buenos y antiguos clásicos, creo que ya no puedo darme el lujo de seguirme perdiendo lo último que va saliendo en la prolífica industria de la animación japonesa. Con esto en mente, la primera serie breve que he disfrutado enormemente ha sido Tokyo Ghoul.



   La historia nos retrata un panorama por demás interesante. En un Japón actual han ocurrido diversos y misteriosos asesinatos causados por unas criaturas conocidas como Ghouls. Kaneki, un chico de 18 años, tendrá la desagradable fortuna de encontrarse con uno de estos seres.

   En una cita a ciegas, Kaneki conoce a Ruze, una chica tímida y muy guapa. Luego de que los chicos descubren que tienen intereses en común, todo indicará que se aproxima una bonita historia de amor. No obstante, en un camino oscuro y solitario rumbo a la casa de la chica, Kaneki descubrirá con horror que ella en realidad es un ghoul que lo ha elegido como su cena.

   Pero misteriosamente, una vigas de una construcción se rompen y caen encima de Rize. Kaneki, al borde de la muerte, llega al hospital y, para salvar su vida, los doctores deciden transplantarle los órganos del ghoul fallecido. Luego de la recuperación, el chico descubrirá con horror que no puede degustar ninguna comida, y que sólo la carne humana parece ser el alimento que lo dejará satisfecho.

   Kaneki irá descubriendo que es un híbrido humano – ghoul, y que existe una sociedad de ghouls con diferentes ideas en la que tratará de embonar de alguna forma.

   La serie en sí es la enésima versión de aquella historia shonen en la que un chico nuevo adquiere alguna habilidad y poco a poco va descubriendo un nuevo mundo. Aunque a primera vista parece ser un completo inútil, a la larga el espectador descubrirá que el personaje tiene un carácter un tanto mesiánico, es decir, ha llegado para cambiar las cosas de una forma u otra.

   Un aspecto muy de la narrativa del siglo XX es la humanización del enemigo, y esta serie bien que aprovecha este aspecto. A primera vista parece que los ghouls son una especie de criaturas sanguinarias sin alma a las que hay que ir eliminando progresivamente. Sin embargo, descubrimos con agrado que estas criaturas también tienen un lado muy humano, que sufren, aman y lloran y que poseen sus propios sueños.

   Inclusive sobresalen las escenas en las que se nos dice que los ghouls en realidad son así porque así es su naturaleza: ellos realmente no tienen otra opción más que alimentarse de los humanos. Y esto precisamente nos muestra una cara interesante de alguien que parece ser el enemigo, pero que en realidad está lejos de serlo. Siendo francos, la animación japonesa está más que desintoxicada del maniqueísmo occidental, y nos propone diversas tramas en las que no hay buenos ni malos, sino simplemente grupos cuyos intereses entran en conflicto.


   En definitiva, una serie gore adictiva que mantiene a uno al borde del sillón. Ya esperaré que termine la segunda temporada para descubrir qué camino tomará la historia.